ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 99 | 11.07.2025

EL PAPA CON FALDA

Hablar de Juana, la supuesta papisa, es adentrarse en el territorio fascinante entre mito y realidad. Se dice que fue la única mujer que ocupó el trono pontificio. Su historia aparece como un eco medieval: fragmentaria, fascinante, cargada de contradicciones. Nuestro desafío es trazar un relato que incluya lo legendario y lo históricamente plausible, sin mezclarlos, dejando al oyente decidir qué creer.

Según la tradición, Juana habría nacido en torno al año 820. Su lugar de origen suele mencionarse como una ciudad cercana a Maguncia. Hay versiones que la presentan como hija de un monje, otras como hija de un predicador itinerante. En tiempos en que las mujeres no podían acceder a la educación formal, Juana disimulaba su identidad usando el nombre de Juan, y se destacó por su inteligencia y formación en latín, historia y medicina.

Adoptando el nombre de Johannes Anglicus, se trasladó a la República romana, donde alcanzó reconocimiento por su capacidad intelectual y se convirtió en consejera influyente en el círculo vaticano. Según la leyenda, llegó a pontificar como Benedicto III o Juan VIII. El relato pone su pontificado entre 855 y 858. Su mandato, dicen, fue próspero, dotado de sabiduría y reformas.

El punto de inflexión de esta historia ocurre durante una procesión solemne por las calles de Roma: Juana comienza a sentir dolores de parto. Da a luz en público, justo entre el Coliseo y la basílica de San Clemente. Se desata el escándalo. Unos dicen que fue lapidada, otros que murió de complicaciones, pero lo cierto es que su femineidad fue expuesta ante la multitud. Su muerte desencadenó la eliminación de su nombre de los registros pontificios y la institucionalización de un protocolo peculiar: la verificación manual del sexo del nuevo papa mediante un asiento con hueco, ritual que perduró alegóricamente hasta el siglo XI.

El primer documento que menciona a Juana aparece tres siglos después de los hechos: la crónica de un monje dominico en Metz, redactada hacia 1250. Luego, otros relatos aparecen en cronistas posteriores, cada uno alterando detalles: algunos la llaman John Anglicus, otros la establecen en otra época, o aseguran que murió al caer de un caballo embarazada. Pero ninguno aporta pruebas contemporáneas. La Iglesia no guarda registros de ella; el papado no reconoce su existencia. En cambio, existen vacíos temporales muy pequeños entre pontificados conocidos, que no dan lugar a la presencia oculta de un pontífice desconocido.


Durante la Reforma protestante, la figura de Juana fue usada como herramienta crítica, un símbolo de la corrupción y del engaño de los papas. Fue citada incluso por escritores célebres como Boccaccio, y su busto adornó la catedral de Siena durante un tiempo. Pero un historiador protestante del siglo XVII, David Blondel, desmontó el relato aplicando una lógica cronológica e historiográfica: no hay precedente documental, y entre pontificados conocidos no hay un hueco en que Juana haya podido gobernar.

A pesar de eso, el mito persiste. El sistema de comprobación del papado —la silla con hueco— se vuelve una imagen poderosa, aunque, según estudios más recientes del Vaticano, ese rito no era para verificar género sino para simbolizar la humanidad y humildad del elegido. Asimismo, hallazgos recientes, como monedas antiguas cuyo monograma difiere en algunas fechas, han reavivado la posibilidad de que Juana haya existido, o al menos que haya habido confusión sobre la identidad del pontífice del momento. Pero los historiadores recuerdan que no basta con un símbolo o una ausencia en los archivos: no se han encontrado cartas, decretos ni testimonios contemporáneos que la nombren.

Entonces, ¿qué queda de Juana? Una figura poderosa en el imaginario colectivo, una leyenda que habla más de hombres que de mujeres. Representa el miedo a la intrusión femenina en el poder, la fascinación por lo prohibido y la necesidad de narrativas épicas. Según algunos académicos, su aparición recurrente revela luchas de género y la creación de mitos en tiempos propicios para el engaño.

Hoy Juana sigue viva en libros, películas y novelas. En 1866 un autor griego la reinventó en “La papisa Juana”, un relato que mezclaba sátira, investigación y fantasía literaria. Y cada vez que aparece un debate sobre igualdad, coincidencia o conspiraciones en la Iglesia, su nombre resurge como banderín de revuelta.

Al final, la historia de Juana es una exploración de los límites entre lo posible y lo imposible, lo documentado y lo imaginario. Nos obliga a preguntarnos por qué persistimos en una fábula sin pruebas: porque la tradición pesa, porque queremos creer que el orden puede romperse, incluso desde dentro.

Lo que sí sabemos con certeza es que no hay evidencia sólida que pruebe su mandato. Pero tampoco podemos ignorar su poder simbólico. Juana sigue siendo un símbolo de la sombra femenina en el vaticano, que incomoda en el poder, un espejo en el que se refleja la memoria colectiva llena de silencios y olvidos.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 99

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