
Vio la luz por primera vez el 1 de abril de 1809, en un pequeño pueblo de suaves colinas y tradiciones antiguas, en lo que hoy es Ucrania. Su familia, de origen cosaco y terrateniente, le transmitió desde niño una mezcla inquietante de mitos campesinos, supersticiones y relatos populares oscuros. Su padre, amante del teatro y de las historias, alimentó en Nikolái una sensibilidad extrema. Su madre, profundamente religiosa, marcó su vida con la sombra de la culpa y la fe.
A los diecinueve años, partió hacia la gran ciudad: San Petersburgo, con la ilusión de labrarse una vida en la burocracia oficial. Pero su alma, llena de visiones extrañas, no encajaba con la rigidez de los papeles del Estado. Mientras trabajaba como funcionario, su mente vagaba por bosques antiguos y leyendas rusas, por historias de demonios, duendes y brujas que él recogía en sus primeros relatos.
En 1831 publicó su obra “Noches en el caserío”, una colección de cuentos teñidos de folclore ucraniano, con brujas que susurran en la oscuridad y diablos que acechan a los campesinos. Esa prosa primitiva, llena de luz y sombras, le abrió las puertas del mundo literario. Su fama creció con historias más maduras y grotescas, como las de su volumen “Mirgorod”, de 1835, que incluye su legendaria novela corta “Tarás Bulba”, un relato épico y sangriento de cosacos y traiciones.
Nikolái tenía un don inquietante para mezclar lo cómico con lo terrible. Sus crónicas de San Petersburgo se convirtieron en espejos deformados de la realidad, donde la burocracia es una pesadilla y el alma humana una frontera frágil entre la razón y la locura. Uno de sus cuentos más perturbadores, “La nariz”, narra la historia de un hombre cuya propia nariz abandona su rostro y adquiere vida propia, una imagen tan absurda como aterradora. Otro, “Diario de un loco”, retrata la caída de un hombre en la demencia, mientras su mente inventa reinos imposibles y alucinaciones salvajes.
En 1836 escribió su famosa obra teatral “El inspector”, una sátira brutal al poder y la corrupción, que reflejaba su desdén por la autoridad vacía y el prestigio superficial. Pero el éxito no lo liberó. Sentía que su talento era una maldición. Creía que su imaginación le había sido concedida para revelar el pecado y la miseria escondida bajo la superficie de la sociedad.
En los años siguientes vivió entre Roma y otras ciudades europeas. En el extranjero comenzó a trabajar en su obra maestra: “Almas Muertas”, publicada en 1842. En esta novela construyó un mundo grotesco y moralmente corrosivo: un estafador compra “almas muertas” —siervos que aún figuran en los registros— para especular con ellos, exponiendo la brutalidad del sistema social. Esa burla macabra de la burocracia y la servidumbre ponía al descubierto la podredumbre espiritual de su época.
Pero su éxito literario terminó por devorar su calma interior. Su viaje más profundo no fue geográfico sino espiritual. En 1848, regresó a Rusia tras una peregrinación a Tierra Santa, convencido de que su obra era pecaminosa. Bajo la influencia de un sacerdote, empezó a creer que su talento era una maldición. Durante noches oscuras quemó manuscritos enteros, incluyendo gran parte de la continuación de “Almas Muertas”. Aquello fue un exorcismo personal: su escritura, que había nacido de su alma, se volvió monstruo y decidió destruirla.
Los últimos años de su vida fueron sombríos. Se sometió a largos ayunos y penitencias religiosas, aislándose de amigos y conocidos. Su salud se deterioró, su mente se nubló. Convencido de que sus escritos le condenarían, se encerró en sí mismo. En febrero de 1852, en una noche de tormento interior, ordenó a su sirviente encender la chimenea y lanzó los fragmentos restantes de su obra al fuego, como si purgara sus pecados con llamas.
Murió el 4 de marzo de 1852, en Moscú, consumido por la convicción de que su genio era una carga espiritual. Algunos dicen que temía ser enterrado vivo; pidió que esperaran días antes de sepultarlo. Murió solo, su cuerpo débil por el ayuno, su alma asediada por dudas y visiones.
Su vida fue como uno de sus cuentos: un susurro entre la realidad y lo fantástico, un eco de demonios antiguos y de ilusiones terrenales. Su obra dejó un legado profundo: desnudó las costuras del poder y del alma humana, reveló las grietas ocultas bajo las instituciones, y creó un espejo entre lo grotesco y lo sublime. Fue un visionario atormentado, un escritor que vio fantasmas donde otros solo veían rutina, y cuya voz aún resuena en las bibliotecas y en las mentes que temen la propia oscuridad.
Recopilación
El PELADO Investiga
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